Juegos Olímpicos de 1904 en San Luis: La competición más absurda en la historia del deporte

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Los Juegos Olímpicos de 1904 celebrados en San Luis, Misuri, representan uno de los episodios más polémicos y caóticos en la historia del deporte moderno. Organizados en paralelo con la Feria Mundial y eclipsados por ella, estos Juegos estuvieron marcados por una pésima planificación, discriminación racial flagrante y un maratón que desafió toda lógica. En lugar de ser una muestra de excelencia atlética, el evento se convirtió en un ejemplo de cómo no organizar una competición internacional. A continuación, exploramos por qué estos Juegos fueron realmente absurdos y cómo sus errores influyeron en el futuro del movimiento olímpico.

El desastre del maratón: una farsa en movimiento

El maratón de los Juegos Olímpicos de 1904 es probablemente el evento más infame de toda la edición. Con temperaturas que superaban los 30 °C y un acceso limitado al agua, la carrera fue más una prueba de supervivencia que de resistencia. Los organizadores restringieron deliberadamente el agua para probar una teoría pseudocientífica sobre la «deshidratación intencionada», con consecuencias peligrosas. De los 32 corredores que comenzaron, solo 14 terminaron la carrera.

Uno de los incidentes más extraños fue protagonizado por Fred Lorz, quien, tras colapsar por agotamiento, se subió a un coche durante más de 10 millas. Al sentirse recuperado, volvió a la carrera y cruzó la línea de meta en primer lugar. Fue declarado ganador, pero tras recibir felicitaciones oficiales, confesó la trampa y fue descalificado.

Otro participante, Thomas Hicks, ganó la carrera a pesar de haber recibido estricnina mezclada con claras de huevo y brandy por parte de sus entrenadores durante la carrera—una forma de dopaje impensable hoy. Casi muere tras cruzar la meta y necesitó atención médica inmediata.

Cómo el maratón expuso la mala organización

El maratón demostró cuán deficiente fue la planificación. No hubo una preparación adecuada del recorrido, ni apoyo médico suficiente, y casi ninguna consideración por la seguridad. Las carreteras polvorientas y el tráfico abierto ponían en riesgo a los corredores. Además, se evidenció cómo los organizadores estadounidenses priorizaban el espectáculo sobre el bienestar de los atletas.

Esta carrera caótica reveló el peligro de experimentar con pseudociencia en el deporte. El uso de estricnina, hoy prohibida, reflejaba la falta total de reglas o estándares sanitarios. No fue hasta años más tarde que el COI estableció normativas claras contra el dopaje.

Quizás lo más inquietante fue que, en ese momento, el absurdo del maratón fue celebrado, no criticado. Pasaron décadas antes de que el movimiento olímpico evolucionara hacia una competición verdaderamente internacional y regulada en favor del deportista.

Los “Días de Antropología”: una mancha en el legado olímpico

En un evento abiertamente racista vinculado a la Feria Mundial, se organizaron los llamados “Días de Antropología”, donde pueblos indígenas de todo el mundo fueron invitados a participar en pruebas supuestamente atléticas. Aunque no eran competencias olímpicas oficiales, estaban estrechamente asociadas con los Juegos y se presentaron como un espectáculo público.

Los participantes, provenientes de África, Asia, las islas del Pacífico y América, fueron forzados a competir en pruebas como lanzamiento de barro, escalada de árboles y lanzamientos de lanza. El propósito no era homenajear sus culturas, sino burlarse de ellas ante una audiencia blanca.

Este espectáculo fue impulsado por una ideología colonialista y distorsionó el espíritu olímpico. En lugar de promover la igualdad, reforzó estereotipos y legitimó políticas excluyentes en ediciones posteriores. Pierre de Coubertin, fundador de los Juegos Modernos, más tarde condenó el evento, aunque en un inicio lo había permitido.

El impacto en la inclusión y ética olímpica

La reacción contra los Días de Antropología inició los primeros debates sobre inclusión y representación. Estos actos vergonzosos mostraron el peligro de mezclar propaganda política con deporte. El movimiento olímpico entendió que se necesitaban normas para prevenir la discriminación racial y la explotación.

Con el tiempo, el COI implementó regulaciones más estrictas sobre la participación de atletas y prohibió cualquier tipo de espectáculo etnográfico vinculado a los Juegos. Este cambio fue esencial para que la competición evolucionara hacia una estructura más inclusiva y ética.

Aunque vergonzoso, este episodio contribuyó a la reforma de los ideales olímpicos. La lección fue clara: el deporte no debe ser instrumento de jerarquías sociales ni ideologías dominantes.

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Consecuencias a largo plazo para el movimiento olímpico

Pese a sus absurdos, los Juegos de 1904 marcaron un punto de inflexión. Sus fallos impulsaron al COI a replantear cómo debían organizarse y presentarse los Juegos. Se hizo evidente que celebrarlos junto con exposiciones universales generaba confusión y debilitaba la imagen olímpica.

Las ciudades anfitrionas debían, desde entonces, priorizar los Juegos como eventos independientes. La programación caótica, la baja participación internacional (por las dificultades de viaje y mala promoción) y el sesgo hacia atletas estadounidenses no se repitieron a gran escala.

Además, San Luis demostró cuán vulnerable era el evento ante los intereses nacionales. Más de 500 de los 630 atletas eran estadounidenses. Este desequilibrio afectó la credibilidad de los Juegos y motivó la creación de estructuras de gobernanza más internacionales dentro del COI.

Legado y lecciones aprendidas

El legado de los Juegos de 1904 es paradójico. Por un lado, fueron un desastre. Por otro, sentaron las bases para reformas importantes en la ética deportiva, la equidad y la gobernanza internacional. Sus absurdos impulsaron al olimpismo a madurar.

Desde las normativas antidopaje hasta la seguridad de los atletas, muchas de las reglas actuales tienen su origen en las lecciones de San Luis. Incluso el maratón—símbolo de resistencia y heroísmo—fue regulado globalmente tras el escándalo de 1904.

Hoy se consideran una advertencia histórica. Pero también un capítulo clave que obligó al olimpismo a confrontar sus contradicciones y caminar hacia un verdadero espíritu deportivo global.